viernes, 9 de septiembre de 2011

Mario Hiriart

Mario Hiriart Pulido nació en Santiago de Chile el 23 de julio de 1931, en medio de la “huelga general de los brazos caídos” contra el gobierno del General Carlos Ibáñez del Campo. Al nacer los médicos encontraron dos tumores, a modo de protuberancias duras, en la nuca y la cintura, los que calificaron como fibromas sin darle mayor importancia, aunque durante su vida tuvo que someterse a varias intervenciones quirúrgicas a causa de ellas. 

Sus padres, Héctor Hiriart Corvalán y Amalia Pulido Correa, habían formado una familia de fuertes principios éticos y de afectuosa armonía, pero no eran especialmente religiosos. Es por eso que sus primeros contactos con Dios los logró gracias a su abuela materna, una tía inválida y su “nana” Teresa, quienes le comunicaron la Fe y le enseñaron a rezar. Luego ingresó al Instituto Alonso de Ercilla, de los Hermanos Maristas, donde realizaría toda su educación escolar para egresar de la enseñanza secundaria en 1947 con excelentes resultados, ya que, a pesar de su débil salud, nunca faltaba a clases; siempre recibía el primer premio en asistencia y puntualidad. En los últimos años de estudio integró un grupo juvenil de Acción Católica, donde comenzó a crecer hacia un catolicismo más activo. 

En 1948 inició sus estudios universitarios en la Escuela de Ingeniería de la Pontificia Universidad Católica de Chile donde, impulsado por el capellán de su colegio, formó con algunos amigos el primer grupo de jóvenes del Movimiento de Schönstatt de Chile, al que llamaron “Los Caballeros del Santo Grial” pensando en la comunidad de caballeros del rey Arturo. El 29 de mayo de 1949 Mario, junto con algunos miembros de su grupo, realizó la Alianza de Amor con María en el Santuario de Schönstatt de Bellavista, oportunidad en la que pudo compartir con el Padre José Kentenich. 

El Padre les explicó la misión espiritual de la cual se sentía portador, sin embargo, como la mayoría de la gente de su época, Mario no alcanzó a comprender cabalmente el alcance de las palabras del Padre Kentenich para el Movimiento. No obstante él fue cautivado por el llamado a ser un santo de la vida diaria, por reinsertar el cristianismo en la cultura y en la propia vida, integrando lo humano y lo divino según el orden querido por Dios. Utilizó todos los medios que el Padre Fundador proponía para facilitar la acción de la Santísima Virgen y la transformación por el Espíritu Santo: pasó de una conciencia ética y racional de Dios hacia la certeza de la relación filial, del orgullo hacia la infancia espiritual, de la apatía y comodidad al sacrificio incondicional de la vida. Convirtió el Santuario de Bellavista en el centro de su vida interior y sus meditaciones en un diálogo fiel y cariñoso con María, quien pasaría a ser su gran amor, junto al Padre Fundador y la Eucaristía. 

Mario se enamoró perdidamente de una amiga, Alicia Peralta; pero al comprender, con dolor, que el matrimonio no era el camino pensado para él decidió seguir el llamado del Señor a ser un santo laico. Se dedicó exclusivamente a servirlo, como un hombre más en medio del mundo, haciendo hasta lo ordinario de forma extraordinaria, como su trabajo en la Corporación de Fomento de la Producción, donde era considerado “uno de los buenos y grandes ingenieros jóvenes de la institución”. Sin embargo en 1957 decidió dejar este trabajo para realizar su tiempo de formación en como Hermano de María de Schönstatt en Brasil. Allá sirvió a jóvenes obreros en una escuela técnica y viajó por Londrina, São Paulo, Porto Alegre, Montevideo, Buenos Aires, Córdoba y Mendoza, para alentar a jóvenes y matrimonios a decidirse a vivir radicalmente su Fe y comprometerse en la construcción de un ordenamiento cristiano de la sociedad y en el servicio público. 

En 1960 retorna a Chile y comienza a impartir clases en su Alma Mater, la Facultad de Ingeniería de la Universidad Católica. Ahí creó un fondo de libros y apuntes para que los alumnos más necesitados tengan acceso a ellos, pero más se lo recuerda Hiriart se le recuerda por su sonrisa, su gusto por la poesía, la música, el canto y su cultura. Tocaba guitarra y tenía un especial gozo en la contemplación de la naturaleza. Fue para muchos un ejemplo, un maestro y un amigo. 

Pero ese mismo año sufre los primeros síntomas de su enfermedad y es operado de un tumor cerebral. Los médicos le diagnostican un cáncer terminal, por lo que desde ese momento y hasta su muerte, debe someterse a tratamientos de quimioterapia, siendo la última en Milwaukee, Estados Unidos. A pesar de todo Mario sabía que Espíritu Santo lo conduciría a una plenitud de la vida cristiana, según el ideal que él mismo había asumido: ser “como María, Cáliz vivo, Portador de Cristo”. 

En 1964 viaja a Milwaukee, donde el Padre Kentenich le da la extremaunción, y muere el 15 de julio, producto del cáncer. Más tarde el Padre Fundador diría sobre él “ese es el tipo de hombre que queremos encarnar”. Un año después sus restos son llevados de regreso a Chile, donde fueron sepultados detrás del Santuario de Bellavista. En 1994 fue iniciada la causa para su beatificación, y el 21 de abril de 1995 la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos en Roma lo reconoce como Siervo de Dios.

©Fotos Fundación Mario Hiriart (http://www.flickr.com/photos/fundacionmariohiriart/)

lunes, 5 de septiembre de 2011

Padre José Kentenich (parte IV)

Antes de llegar a Milwaukee, el Padre aprovechó de volver a visitar Chile durante su paso por América Latina, donde se reúne con los nacientes grupos de la Juventud Masculina, de cuyos miembros muchos se convertirían posteriormente en sacerdotes de Schönstatt.

Los primeros años en Milwaukee los dedicó en gran parte a escribir, sobre todo tipo de materias: pedagogía, familia, filosofía, historia, educación, psicología, teología, autoridad, etc. Todo lo que produjo durante sus años de exilio, incluyendo la abundantísima correspondencia epistolar desde y hacia Milwaukee, está aún en proceso de clasificación y traducción.


De a poco las familias alemanas católicas que vivían en Milwaukee y sus alrededores comenzaron a acercarse al Padre Kentenich para escuchar sus consejos y ayuda espiritual. La familia Schimmel, una de las primeras que tomaron su guía espiritual, tuvo una experiencia tan enriquecedora que pronto invitó a otros matrimonios; para 1956 ya eran 14 los que se reunían en lo que el Padre Fundador llamaba “Los Lunes por la noche”. El grupo seguiría creciendo hasta 1964 en reuniones que significaron para cientos de matrimonios y para el propio Padre Kentenich una instancia de reflexión y vinculación extraordinarios. Esto dio origen a una publicación que ya va en 25 tomos.


El 22 de Octubre de 1965 el Papa Pablo VI libera al Padre José Kentenich de todas las prohibiciones, sin embargo aún no puede volver a Alemania. Hasta el día de hoy no está claro por qué el Santo Oficio tomé las decisiones de esta forma. Finalmente se produjo lo que la Familia llama el “Milagro de Nochebuena”: el 23 de diciembre de 1965, a los 80 años de edad, se notifica al Padre que puede volver a Alemania, lo que le permite celebrar al día siguiente la Misa de Nochebuena en Schönstatt, en el Santuario original.

Durante los 3 años siguientes la Familia disfrutó de una renovación e incluso una importante refundación. Además el Padre dedicó mucho tiempo a las Hermanas Marianas, que en aquella época sumaban aproximadamente 2.000 en Alemania, con quienes se reunió una por una. Su vida era intensa: predicaba en retiros, preparaba Capítulos Generales para cada Instituto, siguió inaugurando capillas y colegios, e incluso el 20 de mayo de 1966 puso la primera piedra de la Iglesia de la Adoración en el Monte Schönstatt. Gente de todo el mundo “peregrinaba” a la Casa de Formación de Schönstatt para verlo.

También cultivó los lazos hacia el exterior del Movimiento, se comunicó con los obispos alemanes para agradecerles por ocuparse de la Obra en su ausencia y para poner una vez más a Schönstatt a disposición de la Iglesia: “la Obra de Schönstatt no ahorrará energías para ayudar a realizar las grandes tareas de la Iglesia de nuestro tiempo”.

A los 82 años pudo presenciar la consagración de la Iglesia de la Adoración por el Obispo de Tréveris el 9 de junio de 1968, en la que veía un símbolo: era una iglesia que había nacido como fruto de una entrega total y sin reservas a la voluntad y al amor de Dios. Se había construido con un espíritu de Adoración. El domingo 15 de septiembre de ese año, fiesta de los Siete Dolores de la Virgen María, celebró la Eucaristía a las 6:15 de la mañana por primera vez en aquel templo, ayudado por 2 sacerdotes a quienes, una vez que terminó la ceremonia a las 7, invitó para más tarde a almorzar. Luego se apoyó en la mesa de los ornamentos en la sacristía y se quedó en silencio; lentamente se fue desplomando. Lo pusieron en el piso y él puso su mano sobre el corazón. Enseguida murió.

La sacristía de la iglesia fue transformada con el tiempo en la Capilla del Fundador, donde se encuentra su tumba. Su epitafio, escogido por él, refleja su misión de vida: “Dilexit Ecclesiam” (amó a la Iglesia); el 10 de febrero de 1975 se inició en Tréveris el proceso para su beatificación.