Mario Hiriart Pulido nació en Santiago de Chile el 23 de julio de 1931, en medio de la “huelga general de los brazos caídos” contra el gobierno del General Carlos Ibáñez del Campo. Al nacer los médicos encontraron dos tumores, a modo de protuberancias duras, en la nuca y la cintura, los que calificaron como fibromas sin darle mayor importancia, aunque durante su vida tuvo que someterse a varias intervenciones quirúrgicas a causa de ellas.
Sus padres, Héctor Hiriart Corvalán y Amalia Pulido Correa, habían formado una familia de fuertes principios éticos y de afectuosa armonía, pero no eran especialmente religiosos. Es por eso que sus primeros contactos con Dios los logró gracias a su abuela materna, una tía inválida y su “nana” Teresa, quienes le comunicaron la Fe y le enseñaron a rezar. Luego ingresó al Instituto Alonso de Ercilla, de los Hermanos Maristas, donde realizaría toda su educación escolar para egresar de la enseñanza secundaria en 1947 con excelentes resultados, ya que, a pesar de su débil salud, nunca faltaba a clases; siempre recibía el primer premio en asistencia y puntualidad. En los últimos años de estudio integró un grupo juvenil de Acción Católica, donde comenzó a crecer hacia un catolicismo más activo.
En 1948 inició sus estudios universitarios en la Escuela de Ingeniería de la Pontificia Universidad Católica de Chile donde, impulsado por el capellán de su colegio, formó con algunos amigos el primer grupo de jóvenes del Movimiento de Schönstatt de Chile, al que llamaron “Los Caballeros del Santo Grial” pensando en la comunidad de caballeros del rey Arturo. El 29 de mayo de 1949 Mario, junto con algunos miembros de su grupo, realizó la Alianza de Amor con María en el Santuario de Schönstatt de Bellavista, oportunidad en la que pudo compartir con el Padre José Kentenich.
El Padre les explicó la misión espiritual de la cual se sentía portador, sin embargo, como la mayoría de la gente de su época, Mario no alcanzó a comprender cabalmente el alcance de las palabras del Padre Kentenich para el Movimiento. No obstante él fue cautivado por el llamado a ser un santo de la vida diaria, por reinsertar el cristianismo en la cultura y en la propia vida, integrando lo humano y lo divino según el orden querido por Dios. Utilizó todos los medios que el Padre Fundador proponía para facilitar la acción de la Santísima Virgen y la transformación por el Espíritu Santo: pasó de una conciencia ética y racional de Dios hacia la certeza de la relación filial, del orgullo hacia la infancia espiritual, de la apatía y comodidad al sacrificio incondicional de la vida. Convirtió el Santuario de Bellavista en el centro de su vida interior y sus meditaciones en un diálogo fiel y cariñoso con María, quien pasaría a ser su gran amor, junto al Padre Fundador y la Eucaristía.
Mario se enamoró perdidamente de una amiga, Alicia Peralta; pero al comprender, con dolor, que el matrimonio no era el camino pensado para él decidió seguir el llamado del Señor a ser un santo laico. Se dedicó exclusivamente a servirlo, como un hombre más en medio del mundo, haciendo hasta lo ordinario de forma extraordinaria, como su trabajo en la Corporación de Fomento de la Producción, donde era considerado “uno de los buenos y grandes ingenieros jóvenes de la institución”. Sin embargo en 1957 decidió dejar este trabajo para realizar su tiempo de formación en como Hermano de María de Schönstatt en Brasil. Allá sirvió a jóvenes obreros en una escuela técnica y viajó por Londrina, São Paulo, Porto Alegre, Montevideo, Buenos Aires, Córdoba y Mendoza, para alentar a jóvenes y matrimonios a decidirse a vivir radicalmente su Fe y comprometerse en la construcción de un ordenamiento cristiano de la sociedad y en el servicio público.
En 1960 retorna a Chile y comienza a impartir clases en su Alma Mater, la Facultad de Ingeniería de la Universidad Católica. Ahí creó un fondo de libros y apuntes para que los alumnos más necesitados tengan acceso a ellos, pero más se lo recuerda Hiriart se le recuerda por su sonrisa, su gusto por la poesía, la música, el canto y su cultura. Tocaba guitarra y tenía un especial gozo en la contemplación de la naturaleza. Fue para muchos un ejemplo, un maestro y un amigo.
Pero ese mismo año sufre los primeros síntomas de su enfermedad y es operado de un tumor cerebral. Los médicos le diagnostican un cáncer terminal, por lo que desde ese momento y hasta su muerte, debe someterse a tratamientos de quimioterapia, siendo la última en Milwaukee, Estados Unidos. A pesar de todo Mario sabía que Espíritu Santo lo conduciría a una plenitud de la vida cristiana, según el ideal que él mismo había asumido: ser “como María, Cáliz vivo, Portador de Cristo”.
En 1964 viaja a Milwaukee, donde el Padre Kentenich le da la extremaunción, y muere el 15 de julio, producto del cáncer. Más tarde el Padre Fundador diría sobre él “ese es el tipo de hombre que queremos encarnar”. Un año después sus restos son llevados de regreso a Chile, donde fueron sepultados detrás del Santuario de Bellavista. En 1994 fue iniciada la causa para su beatificación, y el 21 de abril de 1995 la Sagrada Congregación para la Causa de los Santos en Roma lo reconoce como Siervo de Dios.
©Fotos Fundación Mario Hiriart (http://www.flickr.com/photos/fundacionmariohiriart/)