domingo, 28 de agosto de 2011

Padre José Kentenich (parte II)

En septiembre de 1914 inició la Primera Guerra Mundial, por lo que muchos de los jóvenes a quienes el Padre José guiaba espiritualmente tendrían que enrolarse en el ejército para defender a su Patria. El Padre veía con preocupación que ya no podría ayudarlos a formarse personalmente y se preguntaba qué podría hacer para que aquel espíritu que había nacido en la Congregación Mariana no se perdiera en ambiente duro, agnóstico y amoral del ejército y la guerra, que sin duda destruiría los ideales y la fe de los jóvenes. Él confía plenamente en María para lograr su comunión con Cristo y su fecundidad apostólica, por lo que debería asumir en forma aun más directa el cuidado y educación de los jóvenes congregantes.

Entonces busca signos de Dios que le indiquen el modo de canalizar adecuadamente una respuesta. Además de la Guerra, dos signos de la Divina Providencia marcaron su reflexión: el primero fue que recibieran permiso para reunirse en la pequeña capilla de San Miguel, al que se une que cayera en sus manos un artículo aparecido en un diario donde se relataba cómo habla surgido el santuario mariano de Pompeya. El abogado italiano Bartolo Longo, impresionado por la corrupción moral de esa ciudad, invitó a otras personas a erigir un santuario a la Virgen del Rosario, comprometiéndose a rezar esta oración y a crear obras de beneficencia para los más desposeídos. Se relataba, además, cómo de allí surgió un movimiento de renovación no sólo para la ciudad de Pompeya, sino para el mundo entero. Le parece que Dios le hablaba claro por las circunstancias, él también debía arriesgarse a pedir a la Santísima Virgen que se establezca espiritualmente en la pequeña capilla de la congregación y que instale en ese lugar su Trono de Gracia, para desde allí atraer los corazones jóvenes, los transforme y utilice como instrumentos en sus manos para iniciar, desde ese lugar, un nuevo movimiento de renovación.


El 18 de octubre de ese año propuso a los jóvenes su “secreta idea predilecta”: los invitó a pedir que la Virgen se estableciera espiritualmente en ese lugar. Ellos debían atraerla con las pruebas de su amor, con el esfuerzo por su autoeducación y por desarrollar el espíritu apostólico. La presencia de María debía ser avalada por una santidad en la vida diaria, por una vida heroica de seguimiento al Señor y su voluntad; ellos debían ofrecer a María “abundantes contribuciones al Capital de Gracias”. Así hicieron un pacto de amor con María por el que ella debía mostrarse como Madre y educadora para que cada uno alcanzara “el mayor grado posible de perfección y santidad, según su estado”, y para que atrajera hasta allí a muchos corazones jóvenes, los cobijara en su corazón maternal, los transformara en Cristo Jesús y los enviara como apóstoles a trabajar fecundamente en la renovación del mundo. Ellos, a cambio, le ofrecerían el esfuerzo de cada uno en su propia santificación por medio del “fiel y fidelísimo cumplimiento del deber y una intensa vida de oración”. Esto haría “suave violencia” sobre el corazón de María para que ella se estableciera espiritualmente en la capillita convirtiéndola en un lugar de peregrinación. Ese Capital de Gracias sería la prueba de que tomaban en serio su propósito y que estaban decididos a cumplir su parte en la Alianza.



De aquellos jóvenes algunos regresarían de la guerra y otros no, sin embargo en la adversidad María permitió que ellos contagiaran a sus compañeros de armas con las ideas y el espíritu que había germinado en Schönstatt, para extender su Alianza a otros corazones. En 1919, terminada la guerra, nace oficialmente el Movimiento de Schönstatt con aquellos congregantes que retornaron y los nuevos miembros conquistados, que sumaban unos 40 muchachos de entre 17 y 18 años, dispuestos a hacer vida el sueño del Padre Kentenich. Ese año se lo releva del cargo de Director Espiritual del Seminario, para que se haga cargo del naciente Movimiento de Schönstatt, al que sólo un año después ingresan las primeras mujeres, para en 1926 fundar el Instituto de las Hermanas de María. Este hito fue muy importante para el Padre Fundador en su ideal de paternidad, ya que su experiencia pastoral había sido dedicada casi exclusivamente a hombres, pero ahora constataba que el alma femenina es instintivamente filial y el complemento de este extraordinario grupo de mujeres le brindaba en calidez, cercanía y acogimiento, transformando al movimiento en una verdadera familia.


Al comenzar el período de “entreguerras”, Alemania pasa por momentos muy difíciles con una economía destruida. En este tiempo el Padre comienza a predicar, tratando de iluminar el sentido de lo que pasa y habla del hombre nuevo y la nueva comunidad, que el hombre se eduque a sí mismo y sea sólido interiormente para poder componer una comunidad unida y solidaria. Señala que la iglesia adolece del mismo problema. Sin embargo ello produce las primeras asperezas con algunas autoridades de la Iglesia, que sentían que este movimiento era demasiado crítico y se permitía suscribir “contratos” con la Virgen y con Dios para obtener gracias especiales.

Hacia inicios de los años ’30 aparece una figura que promete salvar al pueblo alemán de la decadencia: Adolfo Hitler. Él promete rescatar la dignidad del pueblo y la construcción de una patria nueva, a lo que todos responden con gran entusiasmo, excepto el Padre Kentenich, que vislumbra que en ese camino hay una distorsión y un engaño, por lo que empieza a predicar en su contra. En un momento el Obispo de Colonia llama al Padre José y le pregunta “¿no cree Ud. que el nacionalsocialismo puede ser bautizado?”, a lo que él responde “realmente no veo dónde se le podría dejar caer el agua bautismal”. Más tarde diría, de modo profético, “de este vendaval sólo quedarán los que tienen su corazón anclado en Dios y se sienten sus hijos pequeños”. Todos nos podemos imaginar lo que pasaría una vez que el Partido Nazi llegara al poder en 1933.

En Abril de 1939, 5 meses antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, es requisada la Casa de Estudios de Schönstatt para ser utilizada como escuela para profesores nazistas; la imagen de la Santísima Virgen en su frontis es tapada con una bandera. Nace ahí el canto del Himno de la Familia “Los tuyos no se hundirán…”. Aquel año también hacen prisionero al primer sacerdote schönstattiano y sólo dos años después le correspondería asumir ese destino al Padre Fundador.

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